“Un nuevo contrato moral es la construcción de la paz y de la nueva prosperidad en la Argentina y América Latina” - Elisa -

domingo, 29 de abril de 2012

Me duele todo


Me duele todo

Con motivo de un almuerzo al que fui invitada por mis compañeros de estudio del PROPUR para el 1° de mayo y, aceptando el hecho de que cada vez que me integro a un grupo de personas nuevo me siento un raro avis (versión elegante de sapo de otro pozo), otra vez me vi ante la pregunta de cómo puedo definirme a mi misma y cómo transmitir a qué me dedico, ante personas que provienen de otros ámbitos diferentes al que me desenvuelvo hoy.

En este caso se trata del ámbito académico, de distintas disciplinas (arquitectos, ambientalistas, politólogos, etc., ¡hasta un geógrafo y un ingeniero en sistemas!) que provienen de distintos lugares de Argentina y de varios países de América (Chile, Colombia, Venezuela, Panamá, México, Estados Unidos).

Seguramente no voy a atentar contra el punch del evento diciendo todo esto que sigue a continuación, pero quise escribirlo para volver a leerlo cada vez que me asalte la duda sobre “¿para qué me habré metido en esto?” y compartirlo por si a alguien más le puede servir para reflexionar.

Los primeros pensamientos que se me cruzaron me llevaron a definirme como una excluida moral y ese concepto, a su vez, me condujo a la necesidad de ensayar una explicación. Fue el detonante a partir del cual surgió todo lo demás.

Un excluido moral es aquel qué, teniendo satisfechas sus necesidades materiales, siente dolor por la realidad que lo rodea y decide trabajar para cambiarla. Tiene como meta el establecimiento de una sociedad más equitativa, con igualdad de oportunidades. Hace de la opción por los pobres su causa, trabaja desde el lugar en que se encuentra en la sociedad para que cada vez sean menos los excluidos sociales. También es alguien que tiene siempre presente que la pobreza no siempre es del estómago, que también hay mucha pobreza cultural y espiritual por estos días, como dice una amiga mía.

Para quienes hemos hecho esta elección, las cosas no siempre son color de rosa y, en mi caso, más de una vez he sentido ganas de volver a la vacuidad de pasear por el shopping y pasar horas mirando televisión. Incluso, en tren de abrir mi corazón, debo confesar que lo intenté. Pero ya no fue lo mismo, sentí un inmenso vacío. Es así que decidí resistir y soporto cada día  más de lo que creí que fuese capaz.

Pero como la cuestión individual no es el objeto de esta reflexión, retomemos entonces el tema que da título a esta nota: ¿Qué es lo que me duele?

Me duele todo.

Me duelen todas las personas que están viviendo en la calle, que cada día son más y me duelen especialmente las familias enteras, los niños solos y los ancianos en esa condición. Me duele el alcohol que toman algunos de ellos para poder dormirse un rato de este mundo. Y cuando hace frío me duele mucho más.

Me duele el genocidio de nuestros jóvenes y nuestros niños a causa del flagelo de la droga  y me duele el dolor de las madres que perdieron a sus hijos a consecuencia de esto y la impotencia del grito de las que piden auxilio desesperadamente para no perderlos. Y además de dolerme, me indigna la connivencia del poder que permite esto
.
Me duele el hambre y la desnutrición, especialmente la de los bebés y los niños más pequeños, que los condena a menor desarrollo de su cerebro. Me duelen las pancitas hinchadas y el ruido a tripas, me duele el hambre de los padres que a veces prefieren que coman sus hijos aunque no alcance para ellos. Y me duele mucho más que todo esto pase en un país con condiciones excepcionales a nivel mundial para la producción de alimentos.

Me duele el clientelismo que le roba la libertad de decisión  a las personas. Me duelen las dádivas que le quitan la dignidad de valerse por sí mismas a las personas. Me duelen las tres generaciones de jóvenes que no han visto a sus padres ir a trabajar y lo toman como algo natural.

Me duele la irresponsabilidad y el egoísmo de los que piensan y votan con el bolsillo. En especial la de aquellos que tuvieron la oportunidad de acceder a la universidad y, por lo tanto, se supone que tienen más herramientas para analizar la realidad.

Me duele la ignorancia en la  que se intenta sumergir a los argentinos, más cuando nuestro país ha sido desde hace décadas faro cultural en Latinoamérica que irradia hacia el mundo. Me duele que quienes pueden estudiar no estudien y más, que los que quieran estudiar no puedan hacerlo.

Me duelen los modelos exitosos a imitar que se le imponen a los adolescentes desde los medios masivos de comunicación, porque minan su autoestima, los empujan hacia el consumismo e incluso a atentar contra su salud, al tiempo que les restan fuerzas para cambiar el mundo propias de la edad y retrasan o matan antes de nacer el descubrir los ideales de equidad propios del sentido común de toda persona que juzga la realidad con libertad.

Me duele la violencia en todas sus manifestaciones físicas, psicológicas y simbólicas, que está omnipresente en todos los ámbitos de nuestra sociedad, desde las calles hasta nuestros propios hogares. Siendo cada uno de los puntos mencionados expresiones de la violencia, aunque no los únicos lamentablemente.

Por último, y no por eso menos importante, es el dolor que me provoca la corrupción y la naturalización de la corrupción en que ha caído gran parte de nuestra sociedad y que es el ingrediente fundamental para que suceda todo lo antes enumerado.

Todo esto me duele… y se suma otros dolores personales… y a pesar de tanto dolor mi alma está en paz.

Alejandra Tobar
Mujer por la Paz
Domingo, 29 de abril de 2012

                                                                                                                                                                                  

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