MAS DE 40
AÑOS DE HISTORIA
Almacén San
José: de refugio cultural a boliche tropical
Fue bastión
de la música popular de los 70’ y escenario de artistas memorables como Chabuca
Granda o Edmundo Rivero. La Negra Sosa fue detenida por la policía en 1978
junto a su público tras realizar allí una presentación. Tiempo después marchó
al exilio. Pasado y presente de la vieja casona de 3 y 40 hoy devenida en
bailanta
Por YAEL
LETOILE
Es la una
del sábado, la noche fuerte del Almacén San José. Hay baile, codos a la barra,
solos y solas, acompañados. La famosa pesca no deportiva.
En la pista
40 almas mueven el cuerpo a ritmo de cumbia. –Si tu te vas, me falta el aire–
suena la voz de Antonio Ríos –eres la razón de mi existir– modulan a la par los
bailarines más compenetrados, balanceándose a paso suelto unos, agarrados de
las cinturas de las damas, los otros.
La pista, un
rectángulo de seis metros por cuatro, tiene una pared forrada de espejos. Dispuestas
en distintos niveles, tres docenas de mesas de bar con sus sillas forman un
gran anillo alrededor. En el centro, una chica de mini blanca y botas negras
dibuja una A imaginaria con los pies y acompaña el movimiento con la inmensa
humanidad de sus caderas.
No sabe,
como la mayoría de los concurrentes, que pisa el suelo de un escenario
histórico: el que a manos de la policía dejó Mercedes Sosa, en 1978, por
desafiar a la dictadura interpretando la prohibida “Canción con todos”. Las
mismas tablas por las que pasaron la gran cantante peruana Chabuca Granda, la
cubana Helena Huerta y el compositor y cantor de tangos Edmundo Rivero; y en
las que a fines de los 80´ se presentaron desde María Marta Serra Lima a Cesar
“Banana” Pueyrredón en su pico de gloria.
Pero todo
eso es historia. Donde había un fogón, están los sillones para sentarse a tomar
un trago. Sobre la pista cuelgan tres bolas de espejos y luces de colores y un
aparato lanza humo artificial. ¿Qué fue del viejo Almacén San José? ¿Cómo era
por dentro el refugio cultural de la estudiantina de los 70´? ¿Dónde están
ahora las personas que le dieron vida? Aquí, un viaje a lo largo de sus 43 años
de historia, desde su pasado como catedral de la guitarra y el bombo legüero
hasta su presente cumbiero y tropical.
ABRIMOS EL
SÁBADO. “PÁJARO Y CRISTINA”
Antes que La
Plata existió el Almacén. La casona de estilo colonial, todavía hoy ubicada en
la esquina de 3 y 40, sobre la diagonal que conduce a Punta Lara o la Capital,
era una posta de Ramos Generales. Los parroquianos hacían a caballo esos
caminos de tierra rumbo a Chascomús, antes que Pedro Benoit trazara los planos
de la futura ciudad.
–Ya no
quedan las aldabas– se lamenta Cristina Dorato (69). Cuenta que cuando
consiguieron la administración del boliche, en 1973, todavía colgaban de las
columnas del patio los aros para atar los pingos.
Cristina
tiene la voz sobada por el pucho pero luce como una directora de escuela. Lleva
el pelo negro recogido y usa aros de perlas y un pañuelo de seda al cuello.
Calza zapatillas. Cuando deja su ropa de productora de espectáculos y mujer de
la cultura, hace acciones por la sociedad civil y milita en la Coalición
Cívica.
La etapa
cultural del Almacén se inició en 1970. Una comisión de estudiantes de
veterinaria que reunía a jóvenes platenses y del interior, comenzó el hábito de
organizar fiestas en el local con motivo de recaudar fondos para su viaje de
egresados a Europa. Todo fue bien hasta 1972.
–Pero en el
73´ había una gran convulsión, salíamos de la dictadura y los estudiantes
decidieron venderlo a una empresa que administraba boliches en la zona –
recuerda ella.
Para
entonces, Cristina y el Pájaro, su marido, ya eran conocidos en el agitado
ambiente cultural de La Plata. Desde el 70´ mantenían un reducto llamado Submarino
Amarillo, donde músicos armaban zapadas de folclore y música popular. Era un
lugar chico, con frente vidriado y pinturas psicodélicas, ubicado en 9 y 49.
Hoy funciona allí un local de ropa.
–¿Por qué no
lo compran?, nos reclamaban todos. ¡Porque no teníamos un peso partido a la
mitad!– confiesa Cristina.
Víctor
Carlos “Pájaro” González Becerra era peruano, estudiaba medicina y trabajaba de
visitador médico. Amaba cantar, tocar la guitarra y jugar al rugby. Cuando la
conoció tenía tres hijos de un matrimonio anterior. En abril del 73´, la pareja
y 16 amigos, entre ellos el “Negro” Brunan, “Manolo” Sayas, Marta Otegui y
Daniel Cárdenas, por nombrar algunos, armaron una cooperativa, pidieron un
préstamo y se quedaron con el fondo de comercio.
–Los chicos
de la promoción 73’ viajaron y nosotros abrimos ese fin de semana– revive. La
publicidad fue directa: pegaron carteles en sus autos con la leyenda “Abrimos
el sábado. Pájaro y Cristina”.
Llenaron.
UNA MADRE
ARGENTINA QUE LE CANTA A SU TIERRA
Siempre la
habían querido traer. Pero el caché era caro y ya para ese momento la Negra
Sosa era una figurita difícil. Un día fue a inaugurar El Cedro Azul, un lugar
similar al Almacén, en Berisso. Allí la encontraron. Le llevaron un gomero de
regalo y hablaron con ella en su camarín. –Puedo hacerles precio – dijo
Mercedes. Unos 80 mil pesos a valor de hoy.
Cristina
dice que hicieron de todo para no llenar. Que iban aumentando el precio de la
entrada día a día para que la gente desistiera y que vendieron sólo 370 sillas.
Así y todo, el 20 de octubre de 1978, unas 400 personas coparon la casona.
–Habíamos
arreglado que si salía bien íbamos a hacer más presentaciones a precios más
accesibles– cuenta desasnada, mofándose de su propia ingenuidad. El repertorio
también se estableció previamente.
– No cantes
nada que esté prohibido – le dijo. – No te preocupés, voy a hacer Zamba de mi
esperanza –tranquilizó la artista.
La madrugada
del 21 de octubre el público se agolpaba detrás de las sillas, colmaba el patio
y hasta las veredas. Fue inevitable. Acompañada por la guitarra de Nicolás
“Colacho” Brizuela, y después de algunos temas, la Negra entonó Canción con
todos y ella misma abrió las ventanas – hoy tapiadas del Almacén – para que
todos pudieran escucharla. Un policía de civil, de cuatro que se habían
presentado para “garantizar el espectáculo”, dio el alerta y empezaron a
aparecer los jeeps.
–Cuando
tenga la tierra, la tendrán los que luchan, los maestros, los hacheros, los
obreros – se arriesgó Mercedes. Fue el último tema. Ella, el guitarrista, una
periodista de este diario y amiga de la cantante, Haydeé Trotta, y Cristina
fueron detenidos. Las 400 personas del público no tuvieron mejor destino.
–Soy una
madre argentina que le canta a su pueblo- retumbaban los gritos de la voz de
Latinoamérica en el patio de la comisaría 2da, en 38 entre 7 y 8. Cristina,
cándida, tomaba un taxi con permiso policial para recuperar los documentos que
había olvidado en su casa y avisar a los abogados. Después, como una oveja
sumisa, volvió al lugar.
– ¡Era
responsable de todo, tenía que volver! – dice y bebe whisky sentada a una mesa
del Almacén. Son casi las dos y tiene cuerda para bastante más. Cuenta de su
vida, de cuando murió Pájaro, en el 92´, y de la relación que aún hoy mantiene
con los hijos de él. Ya no regentea el bar. Pasó a manos de Hugo Frontini, otro
reconocido hombre de la noche y el espectáculo platense, que murió de un cáncer
en 2008. Se hizo cargo su viuda. Dorato pasa los sábados a dar una mano.
Los
contactos del mundo del rugby le sirvieron a Pájaro para acelerar la
liberación. Un hermano del juez (Héctor Carlos) Adamo – con quien integraba un
seleccionado de jugadores veteranos– lo ayudó a conectarse con el magistrado, y
éste les dio la libertad a la mayoría de los detenidos hacia las tres de la
mañana.
La Negra
pagó un costo más alto. Cristina calcula que el caché alcanzó para pagar los
honorarios del abogado. Pero los militares continuaron persiguiéndola y
suspendiendo sus espectáculos hasta obligarla al exilio en 1979.
BASTION
CULTURAL
¿Por qué era
distinto el Almacén? ¿Cómo llegó a ser escenario de esas figuras? ¿Qué otros
sucesos o características le valieron la fama de bodegón cultural y bastión de
la resistencia artística? Cristina no duda. – Nosotros hacíamos descuentos a
los estudiantes con libreta y teníamos una agenda nueva. También estaba La Vizcachera,
la peña del Chango Nieto, con quien teníamos una amistad, pero el Almacén
siempre fue más ´orejero´. Lo nuestro era más la revolución del folclore. Allá
iban Los Chalchaleros y acá venía el Grupo Argentino.
Sergio Pujol
es periodista, historiador y reconocido autor de libros sobre música popular.
Para él, el San José tenía la particularidad de permitir escuchar y ver a
grandes músicos a pocos metros de distancia, algo propio de los café-concerts
de los 60´ y 70´. Pero contaba, sobre todo, con una gran amplitud artística, en
un tiempo más ceñido en materia de géneros musicales.
–Una noche
podías encontrarte con la Negra Sosa y a la semana siguiente con el Chivo
Borraro, leyenda del jazz argentino– responde a una consulta de EL DIA.– “Di
mis primeros pasos en el periodismo musical por ese entonces, escribiendo una
columna semanal en EL DIA. El Almacén San José me brindó una imagen bastante
mágica de la profesión, aún bajo condiciones generales tan hostiles como las
que se vivieron en la Argentina de aquellos años”.
NOCHE
TROPICAL. FRONTINI Y SEÑORA
Ana María
Posada (60) pensó que en sus manos el Almacén no iba a funcionar. El negocio
había sido la locura de su marido: músico, productor de espectáculos y director
técnico de fútbol.
–Él era muy
carismático, conocía a todos, hacía hasta la locución, recuerda apoyada sobre
el mostrador del Almacén, con su imponente belleza gringa y bien arreglada.
Frontini y
el Pájaro eran amigos. Aquel 1989 él se quedó con la explotación del comercio y
llegó a producir espectáculos importantes con artistas del momento como María
Marta Serra Lima o César Banana Pueyrredón. Ya para entonces los tiempos habían
cambiado. Y con él los gustos, los consumos, la noche.
Ana vive de
día. No toma alcohol ni fuma. Se dedica al cuidado de sus nietos. Pero algo que
le cuesta explicar hace que todos los fines de semana se prepare para
trasnochar, perdiendo las salidas con sus amigas y hasta las vacaciones.
–Mis hijos
me dicen que deje, que no lo necesito. Pero no puedo. Hugo fue el alma del
Almacén y si yo estoy acá es para homenajearlo– asegura mientras cuenta las
botellas de Frizze azul. – Parece nafta, ¿no?– ríe.
El Almacén
abre viernes y sábados y cobra una entrada de 20 pesos. La mayoría de sus
habitués llegan de la periferia platense: Melchor Romero, Berisso, Ensenada,
Tolosa. Dice que es gente de muchos años, muy buena y educada, que se quiere
divertir.
–Les gusta
la música tropical y estar tranquila, por eso viene–descarga una botella de
cerveza en una jarra de plástico.
Al costado
de la pista, 7 chicas esperan al galán que las sacará a bailar, les convidará
un trago y les salvará la noche. Romina (27) cuenta que viene porque es
tranquilo y conoce a todos. Que no hay peleas.
–Hace cinco
años que venimos. Antes se llamaba Paraíso.