Me duele todo
Con motivo de un
almuerzo al que fui invitada por mis compañeros de estudio del PROPUR para el
1° de mayo y, aceptando el hecho de que cada vez que me integro a un grupo de
personas nuevo me siento un raro avis (versión elegante de sapo de otro pozo),
otra vez me vi ante la pregunta de cómo puedo definirme a mi misma y cómo
transmitir a qué me dedico, ante personas que provienen de otros ámbitos diferentes
al que me desenvuelvo hoy.
En este caso se trata del ámbito académico, de distintas
disciplinas (arquitectos, ambientalistas, politólogos, etc., ¡hasta un geógrafo
y un ingeniero en sistemas!) que provienen de distintos lugares de Argentina y
de varios países de América (Chile, Colombia, Venezuela, Panamá, México,
Estados Unidos).
Seguramente no voy a atentar contra el punch del evento
diciendo todo esto que sigue a continuación, pero quise escribirlo para volver
a leerlo cada vez que me asalte la duda sobre “¿para qué me habré metido en
esto?” y compartirlo por si a alguien más le puede servir para reflexionar.
Los primeros pensamientos que se me cruzaron me llevaron a
definirme como una excluida moral y ese concepto, a su vez, me condujo a la necesidad
de ensayar una explicación. Fue el detonante a partir del cual surgió todo lo
demás.
Un excluido moral es aquel qué, teniendo satisfechas sus
necesidades materiales, siente dolor por la realidad que lo rodea y decide
trabajar para cambiarla. Tiene como meta el establecimiento de una sociedad más
equitativa, con igualdad de oportunidades. Hace de la opción por los pobres su
causa, trabaja desde el lugar en que se encuentra en la sociedad para que cada
vez sean menos los excluidos sociales. También es alguien que tiene siempre
presente que la pobreza no siempre es del estómago, que también hay mucha
pobreza cultural y espiritual por estos días, como dice una amiga mía.
Para quienes hemos hecho esta elección, las cosas no siempre
son color de rosa y, en mi caso, más de una vez he sentido ganas de volver a la
vacuidad de pasear por el shopping y pasar horas mirando televisión. Incluso,
en tren de abrir mi corazón, debo confesar que lo intenté. Pero ya no fue lo
mismo, sentí un inmenso vacío. Es así que decidí resistir y soporto cada
día más de lo que creí que fuese capaz.
Pero como la cuestión individual no es el objeto de esta
reflexión, retomemos entonces el tema que da título a esta nota: ¿Qué es lo que
me duele?
Me duele todo.
Me duelen todas las personas que están viviendo en la calle,
que cada día son más y me duelen especialmente las familias enteras, los niños
solos y los ancianos en esa condición. Me duele el alcohol que toman algunos de
ellos para poder dormirse un rato de este mundo. Y cuando hace frío me duele
mucho más.
Me duele el genocidio de nuestros jóvenes y nuestros niños a
causa del flagelo de la droga y me duele
el dolor de las madres que perdieron a sus hijos a consecuencia de esto y la
impotencia del grito de las que piden auxilio desesperadamente para no
perderlos. Y además de dolerme, me indigna la connivencia del poder que permite
esto
.
Me duele el hambre y la desnutrición, especialmente la de
los bebés y los niños más pequeños, que los condena a menor desarrollo de su
cerebro. Me duelen las pancitas hinchadas y el ruido a tripas, me duele el
hambre de los padres que a veces prefieren que coman sus hijos aunque no
alcance para ellos. Y me duele mucho más que todo esto pase en un país con
condiciones excepcionales a nivel mundial para la producción de alimentos.
Me duele el clientelismo que le roba la libertad de
decisión a las personas. Me duelen las
dádivas que le quitan la dignidad de valerse por sí mismas a las personas. Me
duelen las tres generaciones de jóvenes que no han visto a sus padres ir a
trabajar y lo toman como algo natural.
Me duele la irresponsabilidad y el egoísmo de los que
piensan y votan con el bolsillo. En especial la de aquellos que tuvieron la
oportunidad de acceder a la universidad y, por lo tanto, se supone que tienen
más herramientas para analizar la realidad.
Me duele la ignorancia en la
que se intenta sumergir a los argentinos, más cuando nuestro país ha
sido desde hace décadas faro cultural en Latinoamérica que irradia hacia el
mundo. Me duele que quienes pueden estudiar no estudien y más, que los que
quieran estudiar no puedan hacerlo.
Me duelen los modelos exitosos a imitar que se le imponen a
los adolescentes desde los medios masivos de comunicación, porque minan su autoestima,
los empujan hacia el consumismo e incluso a atentar contra su salud, al tiempo
que les restan fuerzas para cambiar el mundo propias de la edad y retrasan o
matan antes de nacer el descubrir los ideales de equidad propios del sentido
común de toda persona que juzga la realidad con libertad.
Me duele la violencia en todas sus manifestaciones físicas,
psicológicas y simbólicas, que está omnipresente en todos los ámbitos de
nuestra sociedad, desde las calles hasta nuestros propios hogares. Siendo cada
uno de los puntos mencionados expresiones de la violencia, aunque no los únicos
lamentablemente.
Por último, y no por eso menos importante, es el dolor que
me provoca la corrupción y la naturalización de la corrupción en que ha caído
gran parte de nuestra sociedad y que es el ingrediente fundamental para que
suceda todo lo antes enumerado.
Todo esto me duele… y se suma otros dolores personales… y a
pesar de tanto dolor mi alma está en paz.
Alejandra Tobar
Mujer por la Paz
Domingo, 29 de abril de 2012