Sábado 25 de febrero de 2012 | Publicado en edición
impresa
Tres miradas sobre la tragedia de la estación
Once
Qué hacer con el dolor
Morir en un tren
camino al trabajo un miércoles a las 8.30 de la mañana porque los frenos de la
formación fallaron de viejos nomás es un escándalo. Lo es no sólo por la
muerte, sino por la codicia, el desamor y la dureza de corazón de quienes se
han blindado moral y psicológicamente a fuerza de evitar cumplir con su deber
en lo que al servicio público respecta.
El
escándalo puede llevar a la acción reparatoria, si de la nobleza social emerge
la toma de conciencia (marcada con sangre) del para qué de las leyes (que son
frenos simbólicos que nos dan vía e impiden nuestro descarrilamiento). O, por
el contrario, puede terminar en una sensación lastimosa, maldicente, quejosa y
rumiante que, como sabemos, nutre la industria de la culpa y el lamento, lejos
de la generación de acciones valiosas y reparatorias que honran lo mejor de una
sociedad.
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